Si eres mujer, condesa, nacida en Transilvania y sientes un cierto delirio por la sangre humana, no debe extrañarte que te comparen con el Príncipe Vlad Tepes, es decir, el Conde Drácula literario.
Hasta aquí las comparaciones y los parecidos. Al margen de no haber sido homenajeada con varias decenas de películas o libros sobre su leyenda, el instinto psicópata de Erzsébet Báthory la ha hecho entrar en la historia como uno de los máximos exponentes de la enfermiza frivolidad y vanidad aristocrática, mientras que a Vlad Tepes le ha llevado a símbolo nacional rumano de la lucha del Cristianismo contra el turco. Toda una disparidad para un mismo denominador común, el sadismo.
Erzsébet Báthory nació en una de las familias más antiguas y poderosas de Hungría a finales del Siglo XVI. En una época donde el analfabetismo se asentaba hasta en el más noble de los castillos, Erzsébet fue educada de forma prolija, a un nivel sustancialmente superior al de cualquier hombre o mujer de su tiempo. Esto, unido a una inteligencia natural, la convertiría más tarde en una persona muy influyente a nivel político. Debe tenerse en cuenta que, apenas siendo una adolescente, es prometida con el Conde de Násdad, vasallo del emperador sacro-germano, y que en su árbol genealógico más inmediato encontramos figuras como el Rey de Polonia o el Gran Príncipe de Transilvania.
En este punto surge la disyuntiva entre historia y leyenda: no hay un consenso sobre si el historial criminal de Erzsébet Báthory es cierto o por el contrario un ardid de sus oponentes para apartarla de forma poco discreta de la escena política.
¿Cómo comienza la leyenda? En una época donde más allá de los 40 años ya se era anciano, Erzsébet Báthory vivió desde muy joven atormentada por la idea de envejecer y perder su juventud y belleza. Parece que todo comenzó cuando fue maldecida por una anciana de una aldea cercana al Castillo de Násdad de la que se burlo por su aspecto ajado. La maldición la condenaba por su acto vil a envejecer de forma aún más rápida. Esto sin duda fue el pistoletazo de salida para la joven condesa, si bien como escusa roza el vodevil, un tanto inverosímil y poco ajustado a su educación.
Consciente de su belleza, y muy celosa de la misma, Erzsébet Báthory se rodeó de una corte de sumisos y devotos adefesios entre los que deslumbrar más aún por sus encantos. En esta sin par corte destacaron su enano cruel, su entrometida jorobada y su bruja de espantosa fealdad.
Mientras duró su matrimonio, la condesa de Násdad torturó de forma cruel a decenas de sirvientas del castillo a las que consideraba sus rivales físicas. Siempre de espaldas a su marido, quien sin embargo la había adiestrado en el arte de la tortura. Sus delirios psicópatas se endurecieron al enviudar con la edad de 40 años. En ese momento se dice que comenzaron sus auténticos rituales sangrientos, aconsejada por su fiel sirviente, la bruja fea. Erzsébet Báthory ordenaba secuestrar a niñas y jóvenes de toda la comarca para ser brutalmente desangradas, con el único propósito de darse baños de sangre para rejuvenecer su piel. Así llegó a torturar y asesinar brutalmente hasta un total de 650 jóvenes.
Todos los aldeanos de la comarca, incluso el clero local conocían del desenfreno psicópata de la condesa. Ninguno de ellos hizo en un principio nada, unos por impotencia e ignorancia supersticiosa, y otros por no entorpecer la relación aristocracia/clero. Sin embargo, llegó un momento que el frenesí fue tal, que los crímenes de Erzsébet Báthory llegaron a oídos de Mateo II, Rey de Hungría y Emperador del Sacro Imperio Romano Germano, y este no tuvo más remedio que tomar cartas en el asunto.
La condesa Erzsébet Báthory y todo su esperpéntico séquito fueron detenidos y juzgados en Budapest a principios del Siglo XVII. A pesar de lo escandaloso del juicio, la dureza de los hechos y la clara complicidad a partes iguales de todos los acusados, los lacayos de la condesa fueron sentenciados de manera mucho más dura y expeditiva que la propia protagonista. El enano fue decapitado y la jorobada y la bruja quemadas en la hoguera. Si preguntamos por el destino de la condesa no tendremos una respuesta clara, pues, en este punto de la leyenda no hay unanimidad sobre si murió emparedada en su propio castillo o simplemente fue desterrada.
Con el paso de los años, la historia de la condesa sangrienta daría pie a cuentos populares donde se la presenta más como un vampiro que como una humana. Esta desfiguración de la historia, propia de la tradición oral, sería tal que hay quién opina que Bram Stoker se inspiraría en ella y no en Vlad Tepes para su personaje del Conde Drácula, a quien dio forma de hombre, pues, la moral británica de la época no habría entendido una conducta tan disoluta en una mujer, y esto habría supuesto la condena al fracaso editorial de la novela desde un buen principio.
He aquí pues la historia de una mujer lista, culta y bien relacionada que si más razón que la maldición de una aldeana se convierte en una de las más importantes asesinas en serie de la historia. Aunque cuando el río suena agua (o en este caso sangre) lleva, y más en épocas de superstición aguda como la que se trata, y para no quedarnos con este mal sabor de boca que dejan las historias plagadas de machismo y clasismo (y otros ismos), vamos a resaltar unas pequeñas, a lo mejor sin importancia, cuestiones de la vida de Erzsébet Báthory.
La Condesa de Násdad al enviudar se convirtió en la señora feudal de unas tierras de importancia estratégica, pero carecía de ejército para su defensa. Esta ausencia fue suplida por el fuerte apoyo económico que la condesa dio a los ejércitos de su hermano, el Gran Príncipe de Transilvania. Con este apoyo económico su hermano no sólo defendió los territorios de Násdad, sino que también emprendió una guerra contras los alemanes, que suponía un enfrentamiento político abierto entre Erzsébet Báthory y Mateo II. Y es justo en este delicado momento político cuando se inician los rumores de brujería y asesinato que darán pie a la leyenda. Demasiado poder tal vez en tan bellas manos.
Al igual que Juana de Arco, amasar tanto poder supuso para Erzsébet Báthory su propia condena a muerte y, en su caso concreto además, desprestigio para el resto de la historia. Como el poder evangelizante sigue caminos inescrutables, donde a unas al final las hace santas a otras la relega a criaturas endemoniadas condenadas a vagar por toda la eternidad chupando la sangre de jovencitas. Cosas de la superstición popular.